Hoy es mi cumpleaños y, a pesar de que tenía muchas expectativas, me siento muy triste. Nadie ha visto el video que publiqué, y no he recibido ninguna felicitación. Me temo que esto puede deberse a que no tengo piernas.
Aunque sé que mi situación es diferente a la de la mayoría, siempre he tratado de enfrentar la vida con valentía y optimismo. Aprendí a moverme en el mundo de una manera distinta, con la ayuda de prótesis que me permiten hacer muchas cosas que la gente da por sentado.
Sin embargo, hay momentos como este en los que la realidad se siente abrumadora. Me pregunto si las personas no se atreven a felicitarme por temor a no saber qué decir o cómo reaccionar ante mi condición.
Decido dar un paseo para despejar mi mente. El viento acaricia mi rostro y me hace sentir viva, recordándome que la vida está llena de pequeños tesoros que a menudo pasamos por alto.
Cuando regreso a casa, encuentro una pequeña sorpresa. Mi vecina, quien siempre ha sido muy amable, ha dejado una tarjeta en mi puerta. La abro con cuidado y encuentro un mensaje lleno de afecto y buenos deseos. Sus palabras son simples pero sinceras, y me llenan el corazón de alegría.
Esa noche, decido escribir un agradecimiento en mis redes sociales. Expreso mi gratitud por cada mensaje, cada gesto de apoyo y cada muestra de cariño que he recibido a lo largo del día. Comparto mi historia con la esperanza de que inspire a otros a ver más allá de las apariencias y a valorar la belleza que reside en el espíritu humano.
Al final del día, comprendo que el amor y la empatía son mucho más poderosos que cualquier obstáculo físico. Aunque no todos entendieron mi situación, aquellos que lo hicieron me brindaron un regalo inestimable: el regalo de su corazón. Y eso es lo que realmente importa en este mundo.